domingo, 2 de octubre de 2011

Más evidencia a favor de la conexión Sol-clima



El Sol, como casi todo en la Naturaleza, pasa por ciclos de mayor o menor actividad. El más conocido es el “Ciclo Solar” por antonomasia, que dura 11 años de media, pero se han descubierto otros de 22, 53, 88, 106, 213 y 420 años, y no es descartable que existan otros más largos aún como el de 1.500 años, que postulan algunos estudiosos del tema. Estos otros ciclos se superponen al ciclo de 11 años, haciéndolo más o menos fuerte y duradero.
El panel climático de científicos de la ONU (IPCC) - que, por cierto, se está descubriendo ahora (ver aquí) que está fuertemente infiltrado por activistas de organizaciones ecologistas como el WWF- ha intentado esconder el hecho de que el Sol es la estufa que calienta la Tierra, asignándole, en sus modelos climáticos, una importancia menor que la de los gases invernadero, especialmente el CO2. De hecho, el IPCC sólo tiene en cuenta los ciclos de 11 años, despreciando los demás, y aun en éstos, sólo se fija en un parámetro solar: la luminosidad total que es, curiosamente, el valor que menos varía durante el ciclo de 11 años, con una variación de entre el 0,10 y el 0,15 en los últimos ciclos. Pero, mal que les pese a los activistas pro-calentamiento antropogénico, hay otros parámetros solares que sí varían mucho durante el ciclo solar como los rayos ultravioleta (hasta un 30% de variación), los rayos X (hasta un 100%) y, por supuesto, también la actividad magnética, responsable de las manchas solares el viento solar y las erupciones solares que lanzan enormes cantidades de partículas cargadas al espacio, algunas de las cuales llegan a la Tierra produciendo las auroras polares.
Sobre este asunto, el profesor danés Henrik Svensmark elaboró, hace ya más de una década, una hipótesis sobre cómo pueden influir en el clima las emisiones solares, como el viento solar y las grandes erupciones de masa de la corona solar. Svensmark postula que la producción de nubes se ve afectada por la mayor o menor cantidad de rayos cósmicos que llegan a la Tierra. Estos rayos son partículas cargadas, procedentes de explosiones estelares de tipo supernova que ocurren en las estrellas en la última etapa de su vida, partículas que llegan a la Tierra constantemente, conocidas desde principios del siglo XX, pero de las que no se sabían sus efectos hasta ahora.
El Sol, en sus épocas más activas, mediante el viento solar y las erupciones de partículas, rechaza e impide el acceso de gran parte de estos rayos a la atmósfera. Por el contrario, cuando está en el mínimo del ciclo, la cantidad de rayos cósmicos que alcanzan la Tierra es muy superior. Si hay más rayos cósmicos, se incrementarán las nubes y el planeta se enfriará y si hay menos ocurrirá lo contrario.
La teoría ya fue puesta a prueba con éxito en un experimento realizado en 2007 en una cámara de burbujas de Coopenhage. Sin embargo, este experimento no podía controlar bien la cantidad de rayos cósmicos que se utilizaban, puesto que no tenían modo de producirlos y usaban los naturales, y no es fácilmente predecible qué cantidad exacta de éstos caerá en un momento dado. Este verano, sin embargo, por fin se realizó un experimento llamado CLOUD (nube en inglés) en el acelerador de partículas más grande del mundo, el del CERN de Ginebra. Este aparato sí puede producir rayos cósmicos artificiales, que pueden controlarse a voluntad e ir variando su cantidad para ver qué ocurre.
¿Y qué ocurrió? Pues que fue todo como Svensmark había predicho: se produjeron más núcleos de condensación de nubes cuantos más rayos cósmicos incidían (ver aquí).
La teoría está probada. El Sol afecta al clima por muchas más vías de las que los calentólogos del IPCC están dispuestos a admitir.
Esto se suma a los recientes estudios que confirman lo que ya se sabía por simple deducción, pero que los recalcitrantes miembros del panel climático de la ONU se negaban a admitir, esto es: que las nubes enfrían por el día más de lo que calientan por la noche, hasta 40 W/m2 más de enfriamiento en total (ver aquí) Es decir, cuantas más nubes, más se enfría el planeta.
Si uno entra a su casa en invierno y nota más calor o más frío del habitual, lo primero que hace es mirar qué le pasa a su estufa. Desde luego, lo que no hace es ponerse a analizar el aire a ver si hay más o menos CO2 (si lo hiciese seguramente le tacharíamos de loco).
El Sol es nuestra estufa. Deberíamos mirar a ver qué le ocurre más a menudo.

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